Las araucarias crecen en Argentina. Mariano Mantel, Flickr

Araucariaceae: Los árboles prehistóricos más raros del mundo que sobreviven a la extinción

Desde Brasil hasta Australia, las pocas especies remanentes han sobrevivido por 200 millones de años en el hemisferio sur

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Esta historia es parte de la serie Landscape News Forgotten Forests.

John Muir, héroe ambiental escocés-estadounidense, es famoso por su activismo para preservar las secuoyas del oeste norteamericano. Sin embargo, en 1911, a la edad de 73 años, viajó al otro extremo de las Américas en busca de una especie arbórea diferente, un gigante de los bosques que solo había visto en fotos: la araucaria.

En las montañas nubladas del sur de Brasil, Muir caminó entre las particulares coníferas de copa plana durante una semana y escribió en su diario: “Mañana lluviosa. Araucarias por cientos y miles. Maravillosa vista”. Recientemente había visitado la Amazonía, pero las araucarias eran los árboles que él había querido ver antes de morir.

Fue, como escribió, el bosque más interesante que había visto alguna vez en su vida.

Las araucarias de Brasil pertenecen a la familia ancestral de las Araucariaceae, las cuales se encontraban en todo el mundo durante los períodos Jurásico y Cretáceo (hace 200-65 millones de años). Algunas investigaciones sugieren que debido a sus hojas ricas en energía y de baja fermentación, fueron un alimento esencial para los dinosaurios saurópodos.

En la actualidad, los tres géneros sobrevivientes de esta familia están confinados en el hemisferio sur. Y, al igual que los dinosaurios que alguna vez merodearon entre ellos, estos árboles de aspecto peculiar están ahora enfrentando la extinción.

Dentro de la familia de las Araucariaceae existen 20 especies en el género Araucaria, que incluyen la Araucaria araucana o monkey-puzzle de Chile, el hoop pine de Australia y Papúa Nueva Guinea y el Norfolk Island Pine de la Isla Norfolk. Otras 22 especies pertenecen al género Agathis que se encuentra en el Pacífico sur y el sudeste de Asia, de las cuales la más famosa es el colosal árbol kauri de Nueva Zelanda. Y el género Wollemia de Australia contiene solo una especie, un “fósil viviente” espectacular tan solo descubierto en 1994, dentro de su última fortaleza en un cañón oculto ubicado cerca a Sidney.

El monkey- puzzle, Araucaria araucana, llamado así por sus puntas afiladas que hacen que sus ramas sean difíciles de trepar. James Gaither, Flickr

Un estudio de 2018 clasificó las especies de gimnospermas (plantas sin flores) en el mundo según su historia evolutiva y riesgo de extinción. De las cuatro identificadas como de mayor prioridad de conservación, tres fueron Araucariaceae — el pino Wollemi, la araucaria de Brasil y el kauri.

La isla de los tesoros

A pesar de la distribución geográfica de esta familia ancestral, casi la mitad de las especies vivas – 19 de 45 – se encuentra solo en un pequeño archipiélago del Pacífico, a unos 1 000 kilómetros de Australia: Nueva Caledonia.

Estas islas tropicales montañosas son el hogar de cinco especies de Agathis y 14 de Araucaria. “Estas plantas son maravillosas, no se parecen a ninguna otra”, afirma Robert Nasi, director general del Centro para la Investigación Forestal Internacional. Como parte de su investigación para obtener su grado de maestría, Nassi mapeó la distribución de las diferentes especies de Araucariaceae en las islas.

Algunas crecen solo en lo más alto del grupo de montañas lluviosas y nubladas de Nueva Caledonia, algunas entre bosques de hojas anchas, y otras en los arrecifes elevados y rocosos cerca a la orilla. “Así tienes a todas estas rarezas que parecen ocultar a un dinosaurio detrás”, dice Nasi. “Te pones a mirar para ver que tipo de monstruo antediluviano va a saltar del otro lado”.

Nueva Caledonia ha estado aislada de las otras masas terrestres por al menos 45 millones de años, su geología es compleja y tiene una variedad amplia de ecosistemas en una superficie terrestre de solo 18 275 kilómetros cuadrados — la mitad del tamaño de Suiza. El resultado es una biodiversidad exuberante, no solo en  Araucariaceae, sino también en plantas en general: el archipiélago tiene 3 261 especies nativas – casi tantas como toda Europa continental – las que lo convierten en el punto crítico de biodiversidad más pequeño del mundo.

Araucaria columnaris al borde de una laguna en la Isla de los Pinos en Nueva Caledonia. Tim Waters, Flickr

Sin embargo, con cada una de ellas adaptada a un medioambiente específico, las Araucariaceae de Nueva Caledonia son vulnerables. Una especie, la Araucaria scopulorum, es conocida solo en unas pocas locaciones donde existe minería de níquel, una de las industrias más importantes del país. Sin embargo no es la única amenza, el cambio climático también representa un riesgo para muchas de estas especies.

“No creo que desaparezcan durante nuestro tiempo de vida, pero tampoco creo que duren mucho”, advierte Nassi. “Una especie que está restringida a una banda de elevación de 200 metros en lo alto de una montaña en una isla del Pacífico probablemente no tiene un futuro esperanzador ante el cambio climático”.

Se debería poner más esfuerzo para propagar los tesoros botánicos de Nueva Caledonia y cultivarlos en colecciones vivas, incluso fuera del país, sugiere Nasi – y los últimos bastiones de las especies en más peligro deberían ser completamente protegidos de la minería y otras perturbaciones.

Combatiendo el fuego y la peste en Nueva Zelanda y Australia

Uno de los miembros icónicos de la familia Araucariaceae en Nueva Zelanda, Agathis australis, está enfrentado otras amenazas. Los árboles kauris pueden vivir por más de 2 000 años y crecer hasta los 50 metros. Son considerados un taonga, o una posesión preciada, por los indígenas maoríes.  

Un bosque amplio de kauris alguna vez alfombró el norte del país, pero la demanda de madera y tierras agrícolas luego de la llegada de los europeos, llevó a la destrucción al 99,5 % del mismo bosque a inicios del siglo XX.

Algunos parches todavía quedan en áreas protegidas y en tierras privadas, pero los kauris actualmente están enfrentando un enemigo nuevo – un patógeno del suelo tipo hongo llamado Phytophthora agathidicida, también conocido como el ‘asesino de kauris’.

No existe cura, pero científicos y maoríes están trabajando juntos, tratando de combinar microbiología y conocimiento ancestral en un esfuerzo para salvar los árboles.

El pino Wollemi de Australia, Wollemia nobilis, es aún más escaso y podría haber desaparecido completamente en su estado silvestre a fines de 2019 de no haber sido por una misión de rescate secreta y audaz. Hasta la década de 1990, árboles como el Wollemi eran solo conocidos debido a los registros antiguos de polen, explica Cris Brack, científico forestal de la Universidad Nacional de Australia, en Canberra. “Sabíamos que algo como ese árbol había existido y había estado en todo el continente, y después desapareció”.

Se pensaba que se habían extinguido hace millones de años. Luego, en 1994, un guardabosques, David Noble, hizo rápel dentro de un cañón en el Parque Nacional Wollemi y en las Montañas Azules al noroeste de Sidney se escontró con un árbol imponente que no reconoció. Tenía hojas como de helecho y la corteza cubierta de burbujas color chocolate.

“Realmente fue como encontrar a un dinosaurio vivo”, señala Brack.

Un pino Wollemi joven crece en el Real Jardín Botánico de Sydney. El fósil más antiguo de la especie data de hace 200 millones de años. Real Jardín Botánico de Sydney, Flickr

Desde entonces, se han encontrado cerca de 100 pinos Wollemi en cuatro arboledas en el mismo sistema de cañones cuya locación se mantiene en secreto para protegerlos del vandalismo o de la introducción accidental de phytophthora.

El análisis genético ha revelado que la población tiene una diversidad genética  extremadamente baja, que la hace menos resistente a las amenazas.

En un esfuerzo por preservar los pinos Wollemi para las generaciones futuras, horticultores del Jardín Botánico de Australia en Mount Annan desarrollaron un método para clonar árboles. Desde 2006 han estado siendo plantados en  huertos familiares y jardines botánicos en Australia y en todo el mundo.

El Real Jardín Botánico de Sydney ha lanzado recientemente un proyecto de ciencia ciudadana, I Spy a Wollemi Pine (Espío a un pino Wollemi),  para intentar rastrear los medioambientes diferentes en que los que la especie puede crecer.

A finales de 2019, mientras Australia ardía, un  incendio forestal sin precedentes comenzó en el  Parque Nacional Wollemi  que finalmente arrasó con más de 444 000 hectáreas, y se convirtió en el incendio forestal más grande con un punto único de ignición en la historia de Australia.

Brack se mantuvo al tanto de su evolución y temió que fuera la sentencia de muerte para el pino Wollemi en estado silvestre. “Pensé, no hay forma de que hayan sobrevivido a ese incendio”. Pero en enero, el gobierno de Nueva Gales del Sur anunció que había salvado a los árboles en una misión de rescate secreta.

Aviones lanzaron bombas de agua y retardantes de fuego en un anillo alrededor del bosque. Algunos bomberos fueron llevados por helicópteros hasta dentro del desfiladero para instalar y operar un sistema de irrigación y mantener el suelo húmedo.

El árbol kauri más grande del mundo– una de las especies más numerosas de la familia de árboles Araucariaceae – se yergue en Nueva Zelanda como un sitio sagrado que, es sabido, hace llorar a los visitantes. itravelNZ, Flickr

Unos pocos árboles resultaron quemados y otros dos se incendiaron, pero el incendio pasó de largo y el resto de la población no fue afectado.

El esfuerzo valió la pena, sostiene Brack. Gracias a las ventas en viveros, el pino Wollemi ya no está en peligro de desaparecer. Pero muchos misterios sobre la genética y biología de la especie quedan, como por qué fue llevada casi a la extinción y cómo este grupo pequeño sobrevivió durante milenios. 

Esas respuestas solo pueden venir de la población silvestre y las interacciones que los árboles tienen con el suelo, el clima y el ecosistema circundante.

“Muy pocos viven aislados, ellos viven en comunidad”, afirma Brack.

El bosque perdido de Brasil

Se conoce más sobre la especie Araucaria que Muir admiraba tanto, la Araucaria angustifolia de Brasil. Son las especies dominantes en un tipo de bosque que alguna vez se extendió por 200 000 kilómetros cuadrados en tres estados al sur del Brasil – Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná –así como por parte de la provincia de Misiones en Argentina.

Como parte del bioma del bosque Atlántico, otro punto crítico de biodiversidad mundial, la araucaria protegía una gama hiperdiversa de palmeras endémicas, arbustos y árboles frutales que incluía el Ilex paraguariensis, cuyas hojas son usadas al sur de Sudamérica para preparar la popular bebida caliente conocida como ‘mate’ en español o chimarrão en portugués.

Un Araucaria angustifolia crece en el Parque Nacional de São Joaquim, en Brasil. Mathieu Bertrand Struck, Flickr

Los árboles eran una fuente de alimentos crucial para pájaros, mamíferos y los primeros habitantes nativos de la zona, a quienes los arqueólogos llaman los proto-Jê sureños. En el otoño, ellos recolectaban los conos gigantes de los árboles que estaban llenos de semillas nutritivas y ricas en almidón llamadas pinhão. La araucaria todavía es parte de la cultura ritual  de los sureños sobrevivientes, los pueblos indígenas kaingang y xokleng-laklãnõ.

Evidencia arqueológica reciente indica que hace cerca de 1 000 años, los   sureños contribuyeron a que los bosques de  araucaria se expandieran desde su distribución natural limitada hasta cubrir casi toda la meseta, pero no se sabe aún cómo o por qué.

Luego de la colonización de Brasil, los humanos empezaron a provocar el efecto opuesto en el bosque, al talarlo para obtener madera y para hacer espacio para la agricultura.

Cuando Muir lo visitó, a inicios del siglo XX, los aserraderos ya operaban. En la década de 1940, la madera de las araucarias de Brasil fue uno de los principales insumos que se utilizó  para reconstruir Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, y alrededor de 100 millones de árboles fueron talados entre 1930 y 1990. En la actualidad, solo queda entre el 3 y 5 % de la extensión original del bosque.

Talar araucarias ahora es ilegal, pero una investigación realizada en 2019 halló que es probable que el cambio climático lleve a la especie aún más cerca de la extinción.

Oliver Wilson, de la Universidad de Reading, y sus colegas usaron simulaciones para combinar información sobre el clima con topografía de alta resolución y mapas de vegetación. Ellos predijeron que para 2070, solo el 3,5 % de los bosques remanentes serán apropiados para la araucaria e identificaron microrefugios – zonas frescas y húmedas donde los árboles podrían subsistir– pero descubrieron que más de un tercio de estas áreas ya había sido deforestado.

Uno de los naturalistas más famosos de la historia, John Muir, describió a las araucarias como los árboles más interesantes que había visto. Goga Park Archives, Flickr

La araucaria ha sobrevivido a cambios climáticos importantes antes (después de todo, ha estado presente por cerca de 100 millones de años). Sin embargo, mientras que en el pasado los bosques podían desplazarse hacia arriba y hacia abajo en el continente sudamericano a medida que el clima fluctuaba, ahora están esencialmente atrapados, revela Wilson.

“Viven en el extremo sur de las tierras altas al sur de Brasil. No pueden avanzar mucho hacia arriba. Están atrapados al oeste por la deforestación, al sur por las elevaciones bajas y al norte por los climas cambiantes. Es como si el clima y las acciones humanas en conjunto los cercaran. No tienen adonde más ir”. Aún así, algunas intervenciones focalizadas podrían asegurar su supervivencia en la naturaleza, revela Wilson. Eso podría incluir mayor protección en los puntos climáticos más apropiados, reforestación y adaptar las regulaciones para alentar a los propietarios de tierras a conservar y restaurar la araucaria en paisajes de pastoreo.

También podríamos descubrir más sobre cómo los sureños manejaron el bosque, indica Wilson.

“Si hace 1 000 años ellos hicieron crecer estos bosques en medio de un clima que no los ayudaba, quizás podamos recuperar esas lecciones para contribuir a que el bosque perdure”.

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